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Jornada Laboral

Luces de colores, villancicos sin villanos, lazos sobre hermosos regalos, bastones de caramelo, adorables renos, fieles ayudantes, trineos cuidadosamente barnizados y blancos copos significan mi entorno de trabajo. Maravilloso, una cotidianidad inmejorable y envidiable incluso por Melchor y Compañía. ¿Algo que achacar? Sí, el vestuario. Pero eso es tema de Coca-Cola.

Por raro que parezca, esta perfección me terminó erosionando. Tanta desigualdad… Ni vacaciones durante tres trimestres al año, ni amigables abrazos de simpáticos desconocidos, ni siquiera un generoso sueldo o mi empleo vitalicio asegurado por la sociedad actual bastaron para mantener mi ser despierto.

Una cosa lleva a la otra, que pim que pam como decía aquel, del turrón al vino, del cognac a los barbitúricos. Y de éstos al trono a por el siguiente niño.

Pero ya se sabe, leña al Secutity Guy para encontrar la salida del pasillo y estar listo para la siguiente campaña. ¿Acaso crees que vagueo el otro trimestre? Entre promociones me vuelven ‘looco’.

Por cierto, sangre sobre la nieve… creo que lo he vivido antes.

Forza Santa!

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Acromioclavicular

Fue un recital de golpes, un punto tras otro. De revés, drive, saque, cortadas, entraban todas. Nos dieron un buen repaso, sí, hicimos un mal partido. Para seros franco me trastocó la imagen de aquel hombre desnudo estampado contra la pared de metacrilato. Por su parte, el pobre muchacho griego se sentía observado al quedar registrados en las cámaras de los teléfonos móviles, y los nervios se reflejaron en su juego. El Presa de Atenas quedó en Chihuahua de Papandreou. Sin embargo, el recuerdo de haber tomado parte en el campeonato es positivo, ya que lo importante es participar, ¿no? ¿No?

Antes de coger el vuelo de vuelta pasamos unos días por la capital catalana, turisteando. Éramos fácilmente localizables, visualmente al menos, a causa de la llamativa camiseta del torneo que Evripidis quiso mantener puesta hasta su llegada a Bilbao. Todos los trileros de La Rambla venían a nosotros, no sabían con quién estaban tratando. Ninguno se percató de la cicatriz de mi mano derecha que tanto me enseñó. Suficiente para desplumarles varias rondas seguidas y salir por patas de la zona.

Con la pasta recién amasada y el vapuleo sufrido escasas cuarenta y ocho horas atrás, tuvimos la brillante idea de quemarla a base de tragos antes de volver al hotel. Primera ronda y segunda, yo controlo. Tercera, fácil. Cuarta, a lo loco. Five people? No problem.

Ya con ciento y pico de venas en alcohol, regresando de una etílica jornada turística, fue la red de metro de Barcelona quien me afirmó: «same rulesdifferent players». Pregúntale a Valerio.

Eso es salir por la puerta, la grande. Y ya hace un año de entonces.

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Dando un paseo, paseando

Cuánta variedad en el mercadillo del pasado sábado por las calles de Sanfran. No habría imaginado tanto artículo inútil a la par que apetecible en tan pocos metros cuadrados. Decoración ochentera, ropa vieja, bueno, vintage, vinilos y cintas de música. Al final piqué y me dejé un eurillo en un llamativo cassette dorado, pintado con esmalte. Menudo chollo, venía además con un libro, como si fuese un cuento para niños que lees mientras lo escuchas.

 Me encontraba ojeando el texto en una cafetería de la zona de ambiente cannabáceo acompañado de una infusión caliente esa mañana de diciembre, cuando comprobé que, para mi sorpresa, el tomo estaba en blanco, a excepción de una frase incompleta en la primera cara: «Descendía la colina camino del».

Vaya tema, no tenía con qué escribir pero quería estrenar mi adelantado regalo de Olentzero. ¡Camarero! ¿Un radiocassette por ahí?

 

«La nave nos llevará a un mundo de sueños, y mundos de hechos»

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Yo sujeto los globos

Planeábamos una escapa europea entre viejos conocidos del club de montaña. Aprovechando el puente enlazaríamos varios días de manera que nos plantábamos con 216 horas para hacer el mal por Suiza, el destino escogido.  El puto Jeb estaba desproporcionadamente emocionado, «sólo veremos vacas y banqueros, Jeb», le decía. Pero el tío a lo suyo. Se acercaba la fecha y sus nervios aumentaban en consecuencia, visiblemente.

A pocos días de partir, recibí un escueto sms suyo citándome en un bar del barrio. Al parecer le urgía transmitirme algo de cierta importancia. Reunidos ya en el Bar Surto, me desveló que quería confiarme una labor vital  para la actividad que quería llevar a cabo el día de nuestra ascensión al Walensee. «Dos trozos de dos metros de hilo, para sujetar sendos globos». Instrucciones claras. «Quédate tomando fotos al valle desde el saliente con el grupo. Coge este walkie. Me reuniré por la tarde con vosotros». Y con el Cola-Cao aún humeando, se marchó.

¿Dónde está Jeb? No le hemos visto en toda la mañana. Tranquilos chicos, baja en 3, 2, 1.

Me confesó que sus calzoncillos estaban impolutos. No como los míos.

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La canción que no entiendes

La canción que no entiendes y suena en la radio, y se repite, y sigues sin seguir la letra, pero te gusta. Y llega al número uno del listado de tu emisora y la tarareas, y no te deja en paz, no hablas inglés y no comprendes el estribillo pero tampoco te importa; es lo de menos, sabes bailarla ¿no? Y qué que no pronuncies con acento nativo. A tomar por culo.

Es lo que pasa con tantas otras cosas cuando las experimentas desde la ignorancia, creo. No es que se viva mejor, pero sí a otro ritmo. No se trata de una realidad clara, ni turbia, bueno, no es realidad. Imagino que interesará según el caso engañarse a uno mismo o despertarse con agua fría, aunque joda.

Sigues sin entender la canción, que siempre se compone de los mismos elementos, sin embargo, no se deja descargar del eMule. Pero te gusta. Y como decía, la tratas de bailar.

Buen mes.

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